lunes, 3 de octubre de 2016

Hay un reflejo.


Cuando la rutina te atrapa es fácil acostumbrarse a ciertas cosas. Lo difícil es continuar con esas costumbres cuando tu mundo es una rueda imparable. Se trata tan solo de una pobre excusa por haber tenido este rincón un poco abandonado...

Os voy a contar aquella vez que vi a un demonio. La primera vez que miré a unos ojos que solo me devolvieron el reflejo de los míos; la primera vez que sentí que una sombra hacía más tangible la mía; la primera vez que una voz se pareció tanto a la mía y a la vez era todo lo contrario.

En aquel encuentro que, en realidad nunca tuvo lugar, una parte de mi mente gritaba:"corre". Sin embargo, era tan pequeña que se ahogaba en el deseo de querer estar más cerca.

Habla conmigo, le pedía. Pero el silencio siempre era su respuesta. Habla conmigo, repetía. Más silencio.

Al poco tiempo, cuando ya creía que jamás se repetiría aquello, volví a ver esa sombra, un cuerpo que se escondía en la mía mientras escuchaba y aprendía todo cuanto nos rodeaba, ansiosa. Se convirtió en una espiral hambrienta que me envolvía con un velo con el que podía verlo todo de un modo... Totalmente distinto.

No me hagas volver nunca, le pedía a mi sombra. ¡Deja que me quede aquí! Como si de verdad fuera consciente de dónde me encontraba o como si en algún momento me hubiese alejado de mi realidad.

Pronto olvidé que había algo agazapado a mi lado, mientras dormía; olvidé que las cosas no ocurrían como yo las veía y que en realidad lo que vislumbraba a través de mi mente, era lo que pasaba a través de la suya.

No sé cuánto tiempo tardé en perderme por completo; tampoco sé cuánto tiempo estuve ausente, perdida en algún lugar brillante oculto en mi alma. Hasta que la realidad me golpeó.

Nunca había estado más sumergida en mi mundo que en ese instante, aquel momento en el que la angustia de la pérdida me estrujó el corazón por no haber estado presente en los peores instantes de mi vida.

Vi de pasada el rostro de aquel ser, ese rostro tan parecido al mío. ¿Quién eres?, pregunté. Aunque una parte de mí sabía que no obtendría respuesta y sin embargo, escuché mi voz salir de lo más profundo de la tierra...

Yo soy él aire que respiras, la sangre que mantiene tu cuerpo; yo soy el grito de aliento a tu espalda. Yo soy lo que queda cuando todo falla y cuando nada sucede. Yo soy tu, soy ella. Soy todos. Soy nadie...

...Soy nada.

Tal vez esa sombra siniestra tan solo fue un mecanismo de mi cerebro para ayudarme a entender que los únicos demonios que me atormentan están en mi cabeza y de mí depende el dejarlos entrar o no. 

Le damos poder al miedo para que controle nuestras vidas, tan solo por no querer enfrentarnos a nosotros mismos.