Cuando tenía apenas 12 años, estalló una fiebre lectora en mi clase del instituto, ocasionada por una saga fantástica. Comenzamos a escribir pequeñas historias de amor y magia en nuestras agendas, que acabaron por convertirse en relatos más grandes, ya sobre el papel. Participé en diferentes concursos a los largo de la secundaria, llegando a ganar el primer premio de Aragón, en uno presentado por Coca-Cola y una mención finalista en un certamen de poesía de mi localidad.
Durante muchos años, dejé que el mundo de la escritura se perdiera en el fondo de mi mente, pues me veía sobrepasada por asuntos familiares y pese a que, en ese rincón encontraba refugio, pronto lo único que hubo fue un reflejo de mis malos pensamientos. Fueron muchos años los que me mantuve con esa espina clavada hasta que, gracias a la libertad que me proporcionaba el trabajo, volví a sentir el deseo de escribir y de continuar donde lo había dejado. Ahora por fin, puedo decir que la escritura me ha salvado.
Somos seres de luz, no materia cruda.
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