sábado, 3 de septiembre de 2016

Ecos y luz...

Porque nunca es tarde para cambiarnos a nosotros mismos...


Comienza con una vibración lejana, un sonido que parece residir sólo en tu cabeza; un suspiro palpitante que termina por convertirse en un latido.

Uno.

Dos. 

Abres la boca para que entre el aire, que pasa arrasándolo todo como si de un incendio se tratase y es entonces, solo entonces, cuando te das cuenta de no haber hecho ningún movimiento desde que caíste.

Una fuerte presión surge en torno a tu cabeza, obligándote a mover una mano hacia ella y deseas que no sea nada más que un hormigueo... Y lo encuentras. Recorres con tus dedos  los gruesos pliegues de la herida que sangra.

Mueves con fuerza los brazos y las piernas hasta que, algo cede más arriba y te permite estirarte tanto como querías. 

Parece que estés buceando en un profundo mar de seda.

Tus manos se abren paso y consigues respirar de verdad..., aunque, no estás haciéndolo. La luz que se cuela a través de los ventanales es tan abrumadora que, por un instante, parece que te encuentres solo pero, poco a poco, las imágenes se van viendo más nitidias, los rostros y los recuerdos aparecen como un torrente ante ti, como un golpe que te destruye y te cura.

Grita.

Grita otra vez.

Más fuerte. 

Ninguno de los que llora puede oirte ahora. En ese pozo de desesperación en el que te encuentras encerrado, nadie puede ayudarte.

Las lágrimas que sientes caer por tu rostro no son reales, nunca lo fueron.

La luz termina por ahogarlo todo, incluso a la vida.

1 comentario: