Ya que estamos de celebración y con motivo de nuestro sorteo, quiero dejaros aquí, tanto el prólogo como el primer capítulo de la historia. ¡Animaos a leerlo y a escribirme vuestros comentarios, para participar en el sorteo del ejemplar firmado!
Prólogo
No comen cuando
tienen hambre, no beben cuando tienen sed y no sienten ni el frío, ni el calor.
Sus ojos, que son dos puntos brillantes en la noche, no se cierran cuando el
viento se embravece. El cansancio no hace mella en sus vigorosos cuerpos de
hierro, ni siquiera cuando el barro les dificulta el paso hasta una nueva
presa. La lluvia, que oculta el sonido de los pasos del cazador, diluirá entre
la tierra los gritos de un incauto senderista.
En la oscuridad no solo hay silencio, también hay seres que
ansían el olor de una garganta abierta.
Primera parte:
Sus ojos amarillos.
Capítulo
1
Cuando
la noche fue roja.
Siempre son los
demás los que mueren. Pero ahora que me ha otorgado el brillo del oro, sé que
siempre fui yo su elegida. Fui su luz, su guía y esperanza… Aunque sé que
aquella se consuela sabiendo que, siempre fui la segunda parte de sus noches en
vela…
Fragmento del diario perdido de Hécate.
Fragmento del diario perdido de Hécate.
A
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quella noche la luna
resplandecía como si llevara apenas unos instantes reflejando la luz. Sentir
sus rayos en el rostro, me hizo sonreír. Por primera vez desde hacía tanto
tiempo, nos sentíamos libres. Ya no podía recordar cuánto había estado mi
cuerpo roto, ansiando recuperar la fuerza necesaria para romper aquellas
cadenas que, en ese preciso instante, estarían tintineando alguna siniestra
melodía en las sombras.
Corrimos a través de
los bosques, saltando sobre las frágiles ramas, que se partían bajo nuestro
peso. La suave caricia del aire, removiendo nuestros cabellos dorados, trajo
hasta mi pecho una hoja verde, la cual desprendía un hedor que recordábamos muy
bien. Formábamos una densa capa amarilla y aunque diluida entre las sombras,
daba cobijo a los animales nocturnos, que pese a no habernos visto desde que
nos hubieron desterrado, nos reconocían. Con un lejano aullido, comenzó nuestro
primer día luchando por la tierra que nos pertenecía.
Unos metros delante
de mí, encabezaba la marcha el miembro más fuerte de la comunidad que, por
aquel entonces, se trataba de mi padre.
Giré la cabeza y al ver que todos éramos una gigantesca unidad que
sentía casi por igual, supe que todos los crímenes que la humanidad nos debía, se
pagarían en las noches venideras.
La luz de la noche
golpeó de lleno la espalda de mi padre, lo que le dio un aspecto blanquecino,
que hacía aún más afilados sus rasgos. La larga melena amarilla le enmarcó el
rostro y sus ojos azules brillaron como dos faros en la noche. Salté sobre la
rama que había a su lado. Lo que apareció ante nuestros ojos, en aquel claro
del bosque, hizo que todo el odio en nuestro interior rezumara con fuerza.
—Padre —le dije.
Añadí en un susurro cargado de la más primitiva de las furias—: ¡Humanos!
Él sonrió con los
ojos cerrados, lo que pareció apagar parte de la luz que iluminaba la noche. Ya
quedaban pocas gotas de agua sobre nuestros cuerpos, estábamos prácticamente
secos. Los músculos de mi cuerpo se tensaron al ver a esas criaturas tan cerca.
Después de haberlos odiado durante tantísimo tiempo, verlos ahí tendidos, sin
siquiera percatarse de nuestra presencia, me hizo preguntar qué clase de
criaturas eran sus antepasados, quienes habían logrado derrotarnos; pero, sobre
todo, me hizo preguntar qué clase de criaturas éramos nosotros.
—Deja que sea yo
quien se acerque primero —le pedí. Anhelando tener el privilegio de ser la
primera en derramar su sangre en la dulce tierra.
Él accedió. Después
de todo, ser los dos miembros más fuertes de la comunidad nos concedía ciertos
privilegios frente a los demás. Me dejé caer sin hacer apenas ruido, la marca
de mi aterrizaje quedó grabada en suelo. Caminar como ellos me pareció extraño
en un primer momento, casi parecía torpe.
Los humanos del
bosque eran un grupo de diez. Cinco de ellos se habían retirado a dormir y los
otros continuaban hablando y riendo a la luz de la hoguera. Pronto se
terminarían sus risas, pensé. Eran tres mujeres y dos hombres. Todos tenían el
pelo negro y la piel bronceada. Me acerqué caminando, lentamente, intentando
controlar los movimientos para parecer una humana en apuros. Quería jugar.
Alarmada al verme,
una de las mujeres no dudó en acercarse corriendo con una manta para cubrirme
el cuerpo. Los otros, paralizados sin saber qué era lo que debían hacer, se
pusieron en movimiento cuando vieron a la otra humana preocupada. Intentaban
llamar a alguien para que nos ayudase. Escuchaba sus corazones desbocados ante
la situación que se les había presentado, tan súbitamente. Ellos creían que
tendrían una simple noche de verano y no todo lo que se venía encima.
Despertaron a los otros, quienes enseguida se armaron, creyendo que me había
atacado algún animal al que podrían dar caza.
Aquella mujer me
ofreció agua y comida. La miré con profundidad, intentando vislumbrar algo de
valor en su interior; pero lo único que vi fue un vacío, que me devolvió la
mirada. Ya no recuerdo su rostro, al igual que el de tantos otros; de todos los
que hubo después de que la matara. Todas esas caras tan parecidas a las
nuestras se difuminan en mi memoria, ahora después de tanto tiempo.
Ella creía que no
entendía su idioma y de verdad se esforzó por comunicarse conmigo. Esa chica
permaneció a mi lado, mientras los otros buscaban algo entre sus pertenencias
para poner fin a la situación. Observé el frenesí del grupo. Sus numerosas
pertenencias desperdigadas a lo largo del lugar que, no hacía mucho, solo albergaba
risas; los objetos que utilizaban para dormir; sus armas, cargadas para cargar
contra… ¿contra qué? Ni siquiera sabían qué era lo que ocurría. Pero hubo uno
de ellos que no se movió; uno que no hizo nada diferente a mirarme con el
terror más absoluto pintado en el rostro. Dejó caer un libro al suelo, que
rebotó y por pocos centímetros no cayó en el fuego de la hoguera. Sus rodillas
impactaron contra el suelo, al tiempo que las lágrimas le salían a borbotones
de los ojos. Él se había dado cuenta. ¡Y yo no podía aguardar más! Mi grupo ya
rodeaba el campamento. Me pregunté si también los verían de la misma forma que
los veía yo. Miré por última vez a la humana y en sus ojos no encontré algo
diferente a la mancha de la subraza; la mancha de los traidores, que se
atrevieron a desterrarnos de nuestro propio hogar. Le atravesé el pecho con el
brazo. Fue como meter medio cuerpo en mantequilla. Su corazón encajó en mi
palma; de sus labios surgió una súplica, antes de caer muerta a mis pies. Como
si no se hubiera dado cuenta aún de que ya era demasiado tarde. Lo que se
mantuvo firme en mi memoria, fue la expresión triste de sus ojos al darse
cuenta de que la traición, al percatarse del fatal error que había cometido al
confiar en mí. Eso era lo más cerca que estarían de entender cómo nos habíamos
sentido nosotros tras tantísimos años encerrados, por culpa de sus antepasados.
Los otros humanos
comenzaron a gritar; quienes estaban armados, dispararon contra mí, pero sus
balas se despedazaban en mi cuerpo y los que no tenían nada, sencillamente
intentaron escapar, pero ya era tarde. Era muy tarde para todos.
El corazón de
aquella humana continuó latiendo en mi mano durante unos instantes más. Lo
contemplé, con aversión. Lo presioné entre mis dedos, hasta que no fue más que
una masa inerte que tiré al suelo.
Una vez estuvieron
todos muertos, los miré con detenimiento. Sus cuerpos estaban esparcidos por
todo el campamento. El olor a sangre era muy fuerte, pero lo que llamaba mi
atención era que ni siquiera habían podido defenderse. ¿Eran estos los mismos
que nos habían desterrado? ¿Nuestro poder había aumentado tanto? En aquel
momento, había muchas preguntas, pero todavía no me interesaba conocer su
respuesta. En ese momento solo ansiaba su muerte. Miré a mi padre, que se
encontraba al otro lado del claro. Le sonreí y él me devolvió una sonrisa
grande. Sus manos estaban ensangrentadas. La sangre de aquellas criaturas aún
tardaría en evaporarse de nuestra piel.
Durante unos
instantes fuimos los únicos seres vivos en aquel claro. La única compañía,
ajena a todo lo que ocurría, era la hoguera que crepitaba cada vez con menos
fuerza y que dejaba unas grotescas sombras proyectadas en la linde del bosque.
De repente,
escuchamos un grito ahogado procedente de allí. ¡Era otro humano! Que corría,
huyendo de nosotros. Me lancé en su busca. Era imposible que pudiera esconderse
de mí, pues a pesar de haberse cerrado la noche, podía verlo. Se ocultó tras un
gran árbol, su respiración era entrecortada y desprendía un fuerte olor dulce.
Aminoré el paso, para que no me escuchase llegar y la espera le fuera más
angustiosa. Su corazón palpitaba desbocadamente. Ah, le dolía un tobillo, por
eso había parado. Y aun habiendo aceptado su muerte, creía que era posible que
tuviera algún rayo de esperanza.
Pisé una rama y
arañe la superficie de un tronco con las uñas. El humano gritó y volvió a
intentar huir. Pero esta vez, sencillamente se arrastraba, mirando hacia atrás,
creyendo ver en cada sombra su final; ahora sí se había dado por muerto. Se
dejó caer al suelo y comenzó a llorar. Me suplicó piedad cuando salté y
aterricé sobre él. Le tomé el rostro con ambas manos. Tan solo era una masa de
huesos endebles que lloraba y suplicaba por vivir un día más. Dejó de hablar
cuando torcí su cuello y le arranqué la cabeza.
Era tan sencillo
acabar con ellos... Un solo golpe bastaba para eliminar a varios. Ni siquiera
era necesario que empleáramos nuestro poder para matarlos. Sin embargo, es
verdad que cierto grupo encontró algo; algo que les ayudó a ser todavía más
fuertes y rápidos. Se autonombraron los Cazadores y no quisieron compartir con
ninguno de nosotros su descubrimiento. Cuánto me hubiera gustado saber en aquel
entonces qué era lo que significaba eso realmente. Tal vez si en ese momento
hubiéramos decidido que no podían acaparar un poder para sí mismos, no
hubiésemos acabado así… Tal vez.
Las ciudades de
aquel mundo ahogaban la tierra y oscurecían el aire. Poco era el espacio que
había libre para la naturaleza; lo habían colapsado casi todo. En uno de esos
lugares grises, hallé lo que podría ser el equivalente al descubrimiento de los
Cazadores: una sustancia negra que, al entrar en contacto con mi energía, se
endurecía. Al principio solo era una mancha oscura en el suelo que, despacio,
se deslizaba entre las grietas e iba ascendiendo, hasta tocar mis dedos. La
mancha se adaptaba a mí, con perfección, como si formara parte de mí ser; un
fragmento que creía perdido hacía muchos años. Todos usamos ese material para
protegernos y que no hubiera nada en la tierra que nos frenase. El contraste de
nuestra piel brillante con la negrura de la armadura, era similar a la imagen
de la luna recortada contra la noche.
Queríamos terminar
con esa absurda guerra pronto. Eran tantísimos humanos..., podríamos haber
estado así durante décadas. Decidimos emplear nuestro poder, para terminar para
siempre con lo que se recordaría como la Gran Guerra.
Durante mucho
tiempo, me pregunté cómo habían conseguido desterrarnos pues, ahora, no parecía
que ni tan siquiera estuvieran cerca de herirnos, ya no dijéramos vencernos. No
sería hasta muchos años más tarde, que conseguiría saciar aquella pregunta…
Preguntas que iban difuminando paulatinamente en mi memoria, puede que llevadas
por las corrientes de aire que mecían los jirones de ropa de los muertos.
Me detuve un
instante sobre uno de los edificios en llamas. Observé los movimientos de los
miembros de la comunidad sobre la ciudad; escuché las explosiones y los gritos
y también sentí el modo en el que la energía se movía de un miembro a otro.
Sonreí con ligereza, cuando una gran explosión inundó mi campo de visión.
Escuché la armadura
crujiendo, a modo de aviso. Se movía como una sombra sobre nuestros cuerpos,
haciéndolos parecer etéreos.
— ¿Por qué no
luchas? —dijo mi padre, acercándose. Flotó hasta posar los pies en el suelo. La
capa le revoloteó alrededor, durante varios instantes, hasta quedarse
lánguidamente colgada sobre su espalda—. ¿Es que acaso ya te has cansado?
—No, padre —señalé
la dirección en la que estaba mirando, para que él también se diera cuenta—. Es
solo que me ha distraído el fuego.
Esa respuesta
pareció satisfacerle. Asintió y se elevó nuevamente, regresando a la batalla
que yo me limitaba a observar. Y no era porque tuviese miedo o porque mi
energía estuviese a punto de agotarse; el motivo por el que me mantenía lejos,
era la curiosidad. Era tal mi deseo de controlar hasta qué punto nos habíamos
fortalecido que, sencillamente creí que la guerra con la subraza ya no era motivo
por el cual debiera preocuparme y que mi nuevo objetivo, era saber cuán
poderoso éramos cada uno de nosotros.
Veía a los Cazadores,
con sus cascos púrpura en forma de toro, sembrando el terror en las mentes de
sus víctimas, haciéndoles creer que eran fruto de una pesadilla. Sus lanzas,
que eran aún más grandes que ellos, proyectaban haces de luz incandescente
contra los humanos, quienes gritaban enloquecidos al sentir el abrazo de las
llamas. Realmente admiraba la forma en la que se movían, pese a parecer tan
pesados y lentos, tenían la mortífera elegancia de un trueno. Uno de ellos pasó
sobre la azotea en la que me encontraba. Ese brillo cárdeno cubrió de sombras
el suelo durante varios segundos; y el sonido de su energía al volar, rebota en
mi mente incluso ahora. De haber estado menos empeñada en controlar el aumento
de energía en ellos, podría haberme percatado de los ojos que me estudiaban a
mí.
Encontramos una gran
casa que, pese a ser humana, parecía digna de albergar dos grandes guerreros como
nosotros. Estaba cerca de un pequeño río y suficientemente lejos de todo lo que
queda tras una guerra. Allí podíamos respirar, en medio de una ensoñación en la
que creíamos que nunca había ocurrido nada. Eran tan acogedor el lugar, que por
supuesto no fuimos los únicos que querían quedarse allí. Mi padre y yo tuvimos
que parlamentar con un grupo de Cazadores. El líder de ese escuadrón, era uno
de los más poderosos que había captado hasta el momento. Comencé a sentir
cierto agrado hacia él, tras notar que se trataba de quien había volado sobre
mi cabeza, aquel día de la batalla.
Acordamos los
términos entre los dos pequeños grupos. Nosotros tan solo éramos dos, ellos
eran once. Había espacio suficiente en aquel sueño para todos. Juntos, la
reconstruiríamos y solo mi padre, ese Cazador y yo, seríamos quienes tuvieran
acceso ilimitado. No obstante, antes de tal acuerdo, la situación se tornó un
tanto difícil...
—No creo que vayamos
a necesitarlas, señora —dijo, retirando de su cuerpo la armadura, que se diluyó
como un reguero de tinta, hasta el suelo. La lanza y el casco se perdieron
entre la tierra y el resto se convirtió en algo fino, que marcaba todos los
músculos de su cuerpo. Esa sí era una indumentaria parecida a la que vestíamos
los demás—. Mucho mejor —me sonrió, al sentir su cuerpo libre de esa carga.
Nos encontrábamos en
un espacio de tierra, alejados de la casa. El cielo era gris, como todos los
días de esa guerra, que ya parecía tan lejana. El aire mecía nuestros cabellos
rubios, enredaba ramas en los mechones y mezclaba el olor que desprendían
nuestras energías. Él se erguía a pocos metros de mí, esperando ver cuál iba a
ser mi siguiente movimiento. Oteé el horizonte, esperando que mi padre se
aproximara pues, no estaba segura de poder manejar aquella situación, si algo
malo sucedía entre ese Cazador y yo. En algún lugar de mi interior, sabía que
las relaciones de la comunidad, jamás volverían a ser como antes del encierro.
—Quizás te sientas
inseguro así... —solo él se había despojado de su armadura. Y lo único que
provocó mi comentario, fue que pusieran las lanzas en ristre. Tal vez aquello
se convirtiera pronto en una lucha por ver quién se quedaba con el terreno. No
estaba yendo por un camino acertado—. Después de haber pasado tantos días con
ella —continué, intentando parecer amigable—, te será difícil no llevarla
encima.
Aquello relajó el
ambiente de crispación que nos rodeaba. Parecía que el conflicto se podía
evitar. A mí no me importaba compartir, con ese grupo, nada de lo que
pudiéramos encontrar mi padre y yo; era probable, que a ellos tampoco les
importase y con el tiempo pudiesen darnos su secreto.
— ¡No lo creo!
—aseguró, categóricamente. Parecía muy alegre. Mi padre apareció, de repente, a
nuestro lado, como si siempre hubiera estado ahí—. No os la quitéis, si no lo
deseáis —dejó escapar una risotada—. Parece que solamente voy a quitármela yo
—añadió, señalando hacia atrás—. No sé cómo van a ser las cosas, de ahora en
adelante, pero creo que podemos conseguir que se parezca a lo que tuvimos.
Una ola de nostalgia
me recorrió. Y durante unos brevísimos instantes (tan cortos que, puede que ni
siquiera ocurriera), olvidé por qué me sentía así.
—Sellemos pues un
pacto —retiré la armadura lo suficiente, como para dejar el brazo al
descubierto—. Ninguno de nosotros intentará quitarle esta tierra a los demás,
ni nada de lo que contenga.
—Ninguno de
nosotros.
Los trece extendimos
el brazo y dejamos que nuestro compromiso se grabara con tinta invisible en
nuestra piel. Era un juramento en el que se involucraba la energía que nos
hacía ser quienes éramos.
Supuse que lo mismo
estaría ocurriendo a lo largo del mundo: pequeños pactos, entre pequeños
grupos. Después de tomar el control de nuestro hogar, ya podíamos volver a la
normalidad de una vida tranquila y larga... Muy, muy larga.
Nos acercamos a la
gran casa, que tenía dos amplios balcones y dos torres de piedra que
flanqueaban las puertas principales; todas las ventanas eran gigantescas y de
marcos dorados; sus paredes eran de un suave color naranja, el cual hacía un
raro contraste con el cielo gris. Los jardines estaban plagados de flores
muertas, lo que pronto dejaría de ser un problema. Estaba exultante de
felicidad. Pronto podríamos sencillamente observar cómo el mundo volvía, poco a
poco, a ser lo que recordábamos y a hacer lo que fuera que hiciéramos antes de
la llegada de los humanos.
Supuse que, mi padre
o yo, debíamos dar una muestra de confianza al grupo. Algo no tan significativo
como el pacto de energía, sino algo meramente simbólico. Retiré de mi cuerpo la
mayor parte de la armadura; dejé al descubierto mis hombros y mis manos y parte
de las piernas.
— ¿Por qué un humano
construiría algo tan grande? —preguntó uno de los Cazadores, dejando que la
lanza y el casco se perdieran también en la tierra.
Por lo visto, mi
muestra de confianza, sí había dado resultado.
—Tan grande y tan
ornamentado —añadí yo—. Mirad las flores de las puertas —haciendo a la vez de
marco y de decoración, unas pequeñas flores oscuras, talladas en la gruesa
piedra zigzagueaban hasta perderse en lo más oscuro del umbral—. Tal vez tenían
la tecnología necesaria para hacer este tipo de cosas y no para defenderse.
—De cualquier modo...
—interrumpió mi padre. Proyectó su poder hacia la puerta, abriéndola—,
entremos. Ahora todo esto es nuestro.
Solo avanzamos mi
padre, el Cazador y yo; los demás rodearon el perímetro de la casa, para no
tener problemas con ningún otro grupo. La casa tenía muchas habitaciones, en
las que se agolpaban macetas y platos rotos; todas estaban cerradas con llave,
por lo que tuve que abrirlas empleando el poder. Me preguntaba qué había sido
de aquellos humanos, pues no se veían signos de pelea en ningún lugar de la
casa, sin embargo, todo parecía estar preparado para soportar una batalla: los
sillones se agolpaban en las escaleras, para que fuera más difícil acceder al
piso de arriba. «O salir de él», pensé. Comencé a observar que algunas
de las ventanas estaban cubiertas por trozos de madera impregnada con una
sustancia negra, de un olor peculiar. En el suelo había artefactos de metal que
parecían poder cortar carne con facilidad. Mi padre activó una de las trampas
con la pierna, era una gran vara metálica, de la que salían numerosas
protuberancias afiladas, la cual fue a dar de lleno a la pared más cercana de la puerta, provocando
un estruendo que resonó en lo más hondo de la casa y que hizo caer todos los
cuadros. Toqué una de las púas con el dedo y me fijé en las fotografías que
descansaban rotas en el suelo. Una familia sonriente, dos padres, sujetando a
sus dos hijos en brazos. Aparté aquella imagen de mi mente y continué caminando
hacia las escaleras, imaginando a uno de esos humanos siendo cercenada por el
artefacto.
En aquel momento, no
entendí esa necesidad por protegerse de quienes son de tu especie. Lo que no
sabía era que pronto lo comprendería mejor de lo que hubiera podido imaginar.
Encontramos muchas
armas ocultas. Alguien se había tomado tantas molestias para protegerse; lo que
me inquietaba, era no saber si buscaban resguardarse de nosotros o de otros
humanos.
Si había alguien
escondido, definitivamente ya sabía que estábamos abajo. Subí marcando cada
paso con fuerza. Sentí que un olor dulzón y fuerte venía del piso siguiente.
Arañé una de las paredes y el olor se hizo más intenso. Levanté la mano hacia
donde lo sentía, pero no quería darle una muerte tan fácil al humano que se
ocultaba. Apunté lejos, quise que sintiera que su final estaba cerca. Destrocé
el techo y salté al interior de la oscuridad. Lancé otro golpe de energía a la
última capa de madera que nos separaba del cielo abierto, para que se filtrase
la luz y pudiera verme llegar. Parecía que hubiera pasado una eternidad desde
la última vez que sentía el olor de la sangre; ya echaba de menos sentir la
carne entre mis dedos y ver cómo la vida se desvanecía en el fondo de sus ojos
manchados.
Escuché tablones
crujir bajo mis pasos y varios gimoteos que, hoy, después de tantos años,
siguen reproduciéndose en mi memoria, como si de una suave cadencia inamovible
se tratara. Y en cierta manera, aquel día el tiempo se detuvo y ya nada volvió
a ser como antes: las corrientes de aire cambiaron de dirección, girando
únicamente entorno a nosotros, en aquella habitación; el día, se convirtió en
noche; la luna y las estrellas se hundieron en el mar; y los peces del fondo
del océano comenzaron a surcar lo infinito del universo; las gotas de lluvia
impactaron contra mi rostro y dejaron marcas grisáceas, que se perdieron en la
negrura de mi armadura. Cuando los vi, ah… cuando los vi, supe que no iba a
volver a ver una luz más brillante, que la que desprendían aquellos ojos. Dos
pares de ojos humanos, que plantaron una grieta en mi alma y en la de todos
nosotros.
¡Y hasta aquí el primer capítulo de Caída! Espero que hayáis disfrutado leyéndolo, tanto como lo hice yo escribiéndolo.
¡No olvidéis dejar vuestra impresión en la entrada del sorteo!
Somos seres de luz, no materia cruda.
¡Te cazarán, prepárate!
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